Debía subir a la montaña más alta de aquel planeta de apariencias para impulsarse de nuevo hacia el espacio, sin plantearse mucho la dificultad empezó a escalar por una enorme grieta que llevaba a la cima. Estaba mojada y resbaladiza y no podía centrarse en nada más que en cada preciso movimiento, en cada canto o regleta con el que ayudarse, mientras empotraba todo su cuerpo, sus piernas o sus brazos para no caer. Un zumbido sonaba en su cabeza. Y ascendía y ascendía.